Al ponerse en pie la señora dejó ver sus raquíticas pantorrillas con unas
venas azules y sarmentosas tras su piel blanca. Sus pasos indecisos se
alternaban como un trabajo penosamente soportado. Poco a poco caminaba calle
arriba, atribuyendo sus dificultades a la edad,
ignorante del olvido al que había desterrado su cuerpo.
Durante la edad media la vida de las personas estaba regulada por lo sacro.
La virtud podía medirse por el grado en que lo profano era desatendido.
El cuerpo y todo lo relacionado con él era pecaminoso. Era un tiempo donde
mente y cuerpo pertenecían a mundos ajenos. Por un lado, las bajas pasiones, el
deseo, los instintos, el baile, la lucha y el sexo. Y por otro, la oración, el
recogimiento, la contención y la entrega a las virtudes cristianas. La razón,
el pensamiento y lo sublime, frente a los olores, el vómito y el dolor.
A la fuerza Dios no podía habitar en esa miseria. El cuerpo, fuente de
tanto pesar e indignidad, debía ser disciplinado y dominado. Silicio, flagelo y
dureza espartana lo purificaban. De hecho, la idea de culpa se urdió en el
telar de los pecados que emanaban inevitables de esta condición humana, su
residencia habitual.
Desde esta época a hoy las cosas han
cambiado mucho, lo espiritual ha perdido su severidad y lo corporal se ha
dignificado. Ahora el cuerpo esta limpio y es respetable en todas facetas. No
se ve en él la ausencia de dios ni la presencia de Satán. Más bien se ha
divinizado.
Maquilladores, peluqueros, asesores de imagen, masajistas, entrenadores
personales y como no, cirujanos estéticos hacen del cuerpo un objeto se
atención y culto, no solo para convertirlo en fuente de placer y bienestar
sino, como objeto de representación y vehículo de relación. Ahora, ser visto,
ser bien visto, es un imperativo en el teatro de lo público. Figurar, aparentar
y tener popularidad por cómo eres parece un nuevo modo de darle sentido a la
existencia.
Esta transformación que tiene lugar a lo largo de la historia nos enseña
que el cuerpo no se encuentra al margen de las corrientes ideológicas
dominantes en cada momento y en cada cultura. Por tanto, el modo en que nos
relacionamos hoy con el nuestro y con el de los demás está sujeto a esa misma
clase de determinaciones y pocas veces nos planteamos seriamente el papel que
juega en el hecho de ser las persona que somos, o cómo nos relacionamos con él.
Pueden parecer preguntas intranscendentes pero no lo son en absoluto,
porque dependiendo de la respuesta que demos acabaremos teniendo una clase de
vida u otra. Lo cual puede ser toda una tragedia.
Un señor llamado Jean Piaget, veía el cuerpo de un modo muy interesante,
decía que el desarrollo de la inteligencia en las personas estaba profundamente
relacionado con la psicomotricidad durante su infancia. Todo lo que una persona
podía llegar a aprender en su vida dependía de la clase de experiencias
motrices que viviera durante su infancia y a través de su cuerpo. Según él, era
la experimentación con los objetos y con el medio el modo cómo se adquirían los
esquemas básicos de conocimiento, para entender, más adelante, conceptos
abstractos como velocidad, impulso, momento, cantidad, etc. Sus estudios lo avalaban y promovieron
muchísima investigación en ese sentido. El cuerpo, según su manera de ver era
el pilar de la inteligencia, y del conocimiento
De hecho, según llegaron a demostrar otros investigadores, una cría de gato
a la que se le vendaba un ojo durante los primeros meses de vida, nunca más
recuperaba la visión, a pesar de que se encontraba intacto. Lo que venía a
poner de manifiesto que la maduración del ojo (la visión) dependía de la
riqueza de estímulos a los que era sometido en esos primeros meses. Por
consiguiente la vida del gato y su inteligencia para cazar ratones quedaba muy
comprometida por el simple hecho de no aprender a ver cuando tenía que hacerlo.
Partiendo de estos resultados, la tesis que vengo a proponer considera el
cuerpo como la principal fuente de conocimiento a la que podemos tener acceso y
por tanto, enseñar al cuerpo a hacer cosas es imprescindible para que luego la
mente pueda llegar a entenderlas.
Todo parece indicar que existe un exceso de confianza en la capacidad de
las explicaciones para provocar conocimiento y acción. Enseñar hábitos al cuerpo es el camino más
eficiente para que la mente llegue a entender algunos aspectos de la realidad,
porque todo el conocimiento que tenemos de la realidad está mediado y
condicionado por las experiencias corporales previas, es decir, por nuestra
historia de sucesos con alguna clase de congruencia..
Cuerpo y mente son una sola cosa, de tal modo indistinguible que no existe
forma de estimular a una sin que tenga eco en la otra. Te fracturas el tobillo
y cambia radicalmente tu percepción del tiempo y el espacio, todo queda a
muchos metros de dolor y se tarda mucho en llegar, ejemplo de cómo el cuerpo
modifica la mente. Y a la inversa, cuando tienes mucha prisa se tensan tus
músculos y al menor descuido te haces un esguince de tobillo, lo que demuestra
cómo la mente altera el cuerpo. Por tanto, toda acción es un pensamiento y todo
pensamiento es una acción.
Esta nueva manera de entender el cuerpo lo define como el lugar en el que
reside la inteligencia y el conocimiento. Y también la identidad, que puede ser
modificada por la clase de hábitos que se puedan in-corporar. Tan sencillo como
que si una persona se siente frágil y desvalida, puede enfrentarlo mejorando su
fuerza por medio de ejercicios, del mismo modo que una persona excesivamente
rígida podría llegar a ser más feliz entrenando su flexibilidad.
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