Pero
también veo que seguir vivo carece de razones y de fundamento, al menos en el
sentido biológico. Se trata de una
característica de la naturaleza que raramente cuestionamos, columna vertebral
sobre la que hemos construido todo lo que hoy somos.
El
optimismo es una obstinación infundada que todo organismo vivo posee, y que se
nota en la testarudez de los latidos del corazón y en el incesante vaivén de
las respiraciones. Esfuerzos, que como
único fin pretenden crear las condiciones para la siguiente andanada de
optimismo, que nuevamente anime a respirar e
impulse al corazón.
Parece
entonces que para realizar el retrato
robot del hombre moderno habría que decir que siendo "optimista por
naturaleza", y esta es la tesis que vengo a defender, solo puede ser
"pesimista por cultura", cosa nada trivial si se consideran en
profundidad.
De
hecho, el pesimismo es un invento moderno asociado a la creación de unas
expectativas y a la frustración subsiguiente producida por su incumplimiento.
El pesimismo es, como decía Seligman, el producto de un ambiente que frustra
todos los intentos del individuo por tener alguna clase de control sobre
él. Es vivir movido por las
circunstancias y apaleado por los acontecimientos.
En nuestra cultura contamos con pesimistas
ejemplares como Woody Allen y su
apología de la incompetencia social, Erasmo de Rotterdam con su elogio de la
locura, Spengler con su decadencia de occidente, Dante con su infierno y un
largo etc, que se inicia con el redactor
de "Los diez mandamientos" y termina con las "Agencias de Calificación".
Han
sido muchísimos los que han negado la naturaleza optimista del hombre sano y
bien integrado con su entorno, que no ha hecho del anhelo su virtud principal.
Son muchos lo que se han se han empeñado en regular y prevenir la conducta de
una versión tergiversada del ser humano que es profundamente pesimista.
Acusándolo, sin tener en cuenta que previamente las circunstancias que habitaba
eran inductoras de sus defectos. Hablo de la revolución industrial, los
regímenes totalitarios o la optimización deshumanizada de la productividad.
Hablo
de la violencia en las relaciones, del
control de la opinión, hablo de las ciudades hacinadoras de personas y los
medios de comunicación de masas. Hablo de poder.
Y de
hecho, con la conjunción de estas fuerzas,
se ha acabado por moldear a las personas como seres incompletos, incapaces y mal dotados para la
convivencia, contribuyendo así a
formalizar la noción de incompetencia, culpa y de ausencia de expectativas, en
definitiva el pesimismo.
El
ser humano, por naturaleza optimista, desarrolla el pesimismo cuando se
enfrenta a vivir en una realidad imaginada y se le roban las consecuencias
prometidas, tras tanto tiempo de esfuerzos y sacrificio.
Pero
lo bueno de esto, es que para recuperar
la ilusión no hacen falta formulas, ni largos discursos, basta simplemente
regresar a la naturaleza, porque solo el pesimismo se nutre de razones.
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