Es curioso como algunos hechos, en apariencia insignificantes, llegan a producir un impacto imperecedero. Hay fragmentos de la infancia capaces de acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida.
A los que tenemos cierta edad nos causaba una fascinación genuina e inquietante ver girar el trompo ante nuestros ojos. Aquel rudimentario artefacto, que convenientemente envuelto en un cordón y lanzado contra el suelo era capaz de permanecer en equilibrio y mantener su gordo cuerpo inmóvil, sobre una ínfima punta de acero.
Era una Fascinación que aumentaba cuando algún amigo experimentado se las arreglaba para hacerlo "bailar" sobre la palma de su mano. Y si ya era un milagro que aquel objeto permaneciera inmóvil sobre una punta, que lo hiciera sobre la superficie blanda e inestable de la palma de la mano de un niño, era realmente increíble.
Esa fue sin duda una experiencia mágica y casi una de las primeras lecciones de psicología que muchos recibimos sin someternos a una larga disertación sobre el primer laboratorio de Wundt o la teoría pulsional de Freud. Había mucha psicología en aquel juguete infantil para quien pudiera observarlo desde la perspectiva adecuada.