Es curioso como algunos hechos, en apariencia insignificantes, llegan a producir un impacto imperecedero. Hay fragmentos de la infancia capaces de acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida.
A los que tenemos cierta edad nos causaba una fascinación genuina e inquietante ver girar el trompo ante nuestros ojos. Aquel rudimentario artefacto, que convenientemente envuelto en un cordón y lanzado contra el suelo era capaz de permanecer en equilibrio y mantener su gordo cuerpo inmóvil, sobre una ínfima punta de acero.
Era una Fascinación que aumentaba cuando algún amigo experimentado se las arreglaba para hacerlo "bailar" sobre la palma de su mano. Y si ya era un milagro que aquel objeto permaneciera inmóvil sobre una punta, que lo hiciera sobre la superficie blanda e inestable de la palma de la mano de un niño, era realmente increíble.
Esa fue sin duda una experiencia mágica y casi una de las primeras lecciones de psicología que muchos recibimos sin someternos a una larga disertación sobre el primer laboratorio de Wundt o la teoría pulsional de Freud. Había mucha psicología en aquel juguete infantil para quien pudiera observarlo desde la perspectiva adecuada.
Fue unos años más tarde cuando el afamado sociólogo Edgar Morin, vino a confirmar que el estudio de los sistemas dinámicos naturales era de gran utilidad para la comprensión del psiquismo humano.
De hecho, cuando se habla de "salud mental" se está haciendo en términos analógicos, haciendo referencia al concepto de salud bio-química, al uso en la medicina. Y cuando se habla de "equilibrio" se hace en referencia a nociones de la física o de la mecánica newtoniana de estabilidad. Todo, para hacer comprensible al sentido común los complejos procesos que subyacen en el psiquismo humano, aunque a la vez, se trate de simplificaciones responsables de alguna que otra imprecisión.
Por ejemplo, hablar de "salud mental" es profundamente impreciso.
La mente al contrario que el cerebro, es una entidad cibernética o informática y no biológica, que permite a los seres humanos un lenguaje complejo y la administración de una serie de conocimientos. En cierto sentido, como un programa de ordenador que puede contener errores y producir desperfectos, pero carece de la entidad biológica que haría posible hablar de enfermedad. Al menos, en el sentido que la medicina entiende la enfermedad.
Y por otra parte, la noción de "equilibrio" también resulta engañosa porque nada en la naturaleza dispone de un equilibrio estable e imperecedero, por mucho que nos lo parezca o pretendan hacérnoslo creer.
Al igual que el trompo, y esta es la tesis que vengo a proponer, las cosas están en un equilibrio inestable que se mantiene mientras se aplican sobre ellas las fuerzas necesarias para conservarlas centradas y girando, porque cuando esas fuerzas dejan de ejercer su influencia sobre el objeto, este empieza a estar sometido al poder de la gravedad y otras fuerzas centrífugas que lo extraen de su eje y lo alejan del equilibrio, hasta que finalmente acaba rodando aleatoriamente, carente de dirección y control.
Por tanto, el concepto de equilibrio psicológico es, y ha sido durante mucho tiempo, un modo de acusar a las personas por las dificultades que encuentran para modular sus actuaciones en concordancia con un determinado contexto sociocultural, en tanto que el "equilibrio" se consideraba una virtud propia de las buenas personas, e igualmente una propiedad estable en el tiempo, no sujeta a fluctuaciones o modificaciones. Lo que dejaba oculto el vigoroso ejercicio necesario para regresar al eje de referencia y la influencia del contexto en su facilitación u obstaculización.
El secreto de conservar el "equilibrio" es, en definitiva, realizar una ingente cantidad de esfuerzos para regresar a los lugares mentales que nos permiten tener la experiencia reconfortante de ser capaces y autónomos; y de continuidad en ser quienes somos, cuando las circunstancias nos constriñen o deterioran nuestro sentido de competencia.
Tarea que normalmente realizamos en silencio, normalmente en secreto.
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