Existen
sociedades cuya definición, pasado y futuro forma parte de la vida cotidiana de
sus miembros. Otras, por el contrario han evolucionado de tal forma que las
individuos viven vidas locales, de espaldas a su historia, a su identidad o su
futuro.
La
nuestra, por ejemplo, crece carente de líneas maestras. No es una sociedad
católica, no es tradicionalista, no es de derechas ni de izquierdas y tampoco
anarquista, Cambia de modo permanente sin que se sepa bien a donde va o qué se
espera de ella, más allá del cambio por el cambio. La necesidad de innovación
es más urgente que la definición del propósito o la meta. Los nuevos
aparatos, herramientas o técnicas se incorporan sin analizar antes los efectos
que van a producir sobre los usuarios. Como en el caso de los ascensores, que
nos facilitan el acceso a los pisos altos, pero roban nuestra salud al hacer
prescindible el ejercicio físico.
En Educación ocurre algo parecido, todo lo que resulta un progreso técnico o tecnológico se incorpora a las prácticas cotidianas del docente, con tal de que tenga alguna clase de coherencia interna en su formulación. Eludiendo, muchas veces, las precauciones científicas o las demostraciones empíricas imprescindibles para poner en práctica cambios que afectan a personas. Algo parecido ocurrió hace unos años, cuando se puso de moda un método para higienizar biberones que debilitaba el sistema inmune de los bebés. Un efecto paradójico, constatado tiempo después empíricamente, cuyos secuelas se podían haber evitado.
A
esta clase de intervenciones pretendidamente educativas, carentes de validación
experimental o empírica, cuya única virtud es su novedad, se le denomina pensamiento mágico, porque a pesar de carecer
de evidencias se llevan a cabo de un modo ritual y se sostienen porque de modo
aleatorio se asocian a algún resultado.
Esa
fascinación por las tecnologías como elementos mágicos en Educación suele ir
acompañada por el pensamiento mecanicista. Según el cual los alumnos van a
aprender de forma automática si se le presentan los estímulos adecuados de la
forma correcta. Pero como se trata de personas con historia, subjetividad,
contextos familiares y capacidad de elección, aunque tengan 4 años, se trata de
una expectativa sobre la eficacia de determinadas tecnologías que va a ser
frustrada sistemáticamente por el
alumnado. Hablo de la falacia de la eficacia mecanicista.
Por
tanto, entre falacias fundacionales
parecen progresar los sistemas educativos y las diversas reformas. Cada una más que la anterior, van achatando
el espacio fundamental en todo proceso
educativo, el del diálogo profesor-alumno, el de la convivencia que mantienen
en el contexto del centro educativo, cara a cara. Porque cada reforma, reforma
los trámites para la gestión del proceso,
pero deja al margen los aspectos personales de la relación educativa.
Reduciendo la convivencia al ejercicio meramente burocrático del trámite
documental de referencias cruzadas sobre resultados y rendimientos. Y la
docencia a la gestión de informaciones ajenas a la vida de ambos,
prescritas curricularmente.
De modo tal que al final, tanto alumnos como
profesores, son completos desconocidos caminando en paralelo sin cruzarse nunca con el conocimiento.
Sin embargo, una visión más moderna es
posible, en el marco de la crisis de
valores que acompaña a la actual crisis económica. Una mucho menos
administrativa, con todo el énfasis puesto en los aspectos relacionales de la
docencia.
En
ella el papel del docente es aportar un significado a la información. Por
tanto, no es un gestor de datos encargado de dar fe de las competencias que el
alumno es capaz de exhibir, sino un mediador y un dinamizador del proceso de
construcción del significado de la información, en la interlocución y convivencia
con el alumno. En otros términos, como la información solo adquiere sentido
cuando se la dota de estructura a través del significado se relativiza la
función contable y discriminatoria (aunque no la excluye) del profesor y se enfatiza la de constructor de
la convivencia en un espacio de significados.
Por
tanto y asumiendo que la función esencial de la Educación es la socialización y
el ajuste a la cultura de referencia, la tarea de los docentes se fundamenta en
el arte de conducir la información y
los datos hasta el espacio intelectual donde el alumno pueda irlo incorporarlo
y transformando en conocimiento y sabiduría, por medio de un proceso recursivo de complejidad
creciente.
Y
digo "proceso recursivo" para destacar que se trata de un ejercicio
multifásico evolutivo, cuya evaluación
solo tiene sentido sobre el conjunto
total del proceso, para determinar el grado de ajuste de los alumnos a las
competencias y valores que caracterizan nuestra cultura.
Y por
otra parte digo "Arte", para
expresar el grado extremo de complejidad que supone una interacción con
el alumno, diseñada para modificar su estructura psíquica. Ya que el profesor
tiene la responsabilidad de crear y mantener una relación basada en la búsqueda de congruencias interaccionales con el alumno, o proceso de
ajuste mutuo dirigido. Con la peculiaridad de que ese ajuste mutuo está condicionado a la idiosincrasia de cada
alumno, cuya personalidad y visión de la realidad es producto de la idiosincrasia
de su familia y entorno.
En
definitiva, el conjunto de actuaciones dirigidas a promover la convivencia y el
conocimiento no deberían quedar supeditadas a los procedimientos burocráticos y
contables, sino que por el contrario, los trámites deberían minimizar su
interferencia en el espacio emocional donde se desarrolla la convivencia y la
construcción del conocimiento.
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