Al ponerse en pie la señora dejó ver sus raquíticas pantorrillas con unas
venas azules y sarmentosas tras su piel blanca. Sus pasos indecisos se
alternaban como un trabajo penosamente soportado. Poco a poco caminaba calle
arriba, atribuyendo sus dificultades a la edad,
ignorante del olvido al que había desterrado su cuerpo.
Durante la edad media la vida de las personas estaba regulada por lo sacro.
La virtud podía medirse por el grado en que lo profano era desatendido.
El cuerpo y todo lo relacionado con él era pecaminoso. Era un tiempo donde
mente y cuerpo pertenecían a mundos ajenos. Por un lado, las bajas pasiones, el
deseo, los instintos, el baile, la lucha y el sexo. Y por otro, la oración, el
recogimiento, la contención y la entrega a las virtudes cristianas. La razón,
el pensamiento y lo sublime, frente a los olores, el vómito y el dolor.