Todos
esos jóvenes que han perdido la infancia sin haber alcanzado aún la madurez,
nunca más podrán ser llamados "adolescentes".
Uno
de los grandes debates abiertos en nuestra sociedad, es el sentido que la
educación actual necesita para dar a los jóvenes la herramientas adecuadas para
la vida. Un debate que no se logra cerrar porque para unos se debe educar en
conformidad al mundo que tenemos, mientras otros creen que debería hacerse para
el mundo que podríamos tener. Sin embargo, unos y otros omiten consultar a los
propios jóvenes.
Tanto
docentes como políticos afirman conocer la clase de educación necesaria para
ajustarlos al mundo y hacerlos útiles a la sociedad, pero todas las reformas
educativas chocan con su resistencia, en forma del llamado "fracaso
escolar", en el mejor de los casos y de la hostilidad violenta, en el
peor.
Y
paradójicamente nunca ha estado el proceso del aprendizaje tan sistematizado
como ahora, ni se ha contado con tantos recursos. La escuela ha pasado de una
educación basada en la imposición a una basada en la seducción. Del ordeno y
mando en blanco y negro de la tabla de multiplicar, al profesor-histrión armado
de una pizarra electrónica con números de colores, más preocupado de los
procedimientos que de los contenidos. Y con todo, los resultados no mejoran, al
menos desde el punto de vista de los que han diseñado el sistema educativo y
los resultados que esperaban obtener con el.
Aún
así, el "efecto Flynn", predice que cada generación aumenta su
Coeficiente de Inteligencia (CI) con respecto a la anterior, de modo que los
hijos acaban siendo más inteligentes que los padres y los alumnos más que los
profesores. Debido, según explica Flynn, a cambios en la dieta, socioculturales,
económicos y tecnológicos, pero sobre
todo a los cambios en la concepción de la inteligencia que cada época sostiene.
Efecto que, según todo indica, se constata cada vez a más temprana edad, de
forma que padres y profesores son superados antes por cada generación.
Este
salto adelante nunca se ha hecho tan evidente como ahora, pues se trata de una
época de cambios drásticos incluso para los jóvenes, que sin pretenderlo han
empezado a estar en condiciones de enseñar cosas a sus padres, dado que han
sido ellos los más interesados en las posibilidades y aplicaciones de la nuevas
tecnologías y los que con más rapidez las han incorporado a su vida cotidiana.
De
ahí la tesis que vengo a defender, que no es otra que dada la emergencia de las
nuevas tecnologías y su carácter cambiante, los adultos se encuentran
desorientados, y en su mayoría, carentes de la formación necesaria para poder
educar en su uso, de forma que los jóvenes han encontrado un espacio en el que
desenvolverse con total autonomía, tanto para comunicarse como para adquirir
información. Las redes sociales, internet, y los smartphones, han llegado a ser
espacios de aprendizaje y relación social que carecen de regulación y
supervisión por parte de los adultos y profesores.
Resultando
tan confusa la situación, que en el mejor de los casos, la actuación del
colegio se limita a prohibir la
presencia de los smartphones (teléfonos inteligentes) durante el horario
escolar, dando lugar a una extraña contradicción. Los padres compran y
autorizan el uso de sofisticados dispositivos inteligentes que los profesores
prohiben, mientras ambos omiten regular su uso y aprovechar sus posibilidades
educativas.
Un
modo de actuar difícil de entender para los jóvenes, que se les lleva a creer una de dos cosas.
Por un lado, que están capacitados para gestionar ese mundo por si mismos, sin
correr ninguna clase de riesgos, lo que es profundamente falso, o por otro, que
los aparatos son inocuos para su salud, cualquiera que sea su uso y aplicación,
como si se tratara de tecnologías
carentes de valores o de efectos nocivos.
Así
las cosas, los jóvenes han encontrado un espacio en su vida carente de
regulación y supervisión, en el que son más competentes que los adultos, y por
tanto, en cierto sentido, nada adolescentes. Un espacio de independencia,
privacidad y adultez que defienden fieramente y que a la fuerza está resultando
educativo en un sentido que los adultos aún no podemos preveer.
Tanto,
que si alguna vez, alguien les preguntara por la clase de educación que desean
recibir, probablemente responderían blandiendo su teléfono y diciendo que
quieren ser los artífices de su educación, que la quieren inteligente y sobre
todo relacional y colaborativa
En
resumen, somos testigos de los procesos que están redefiniendo el concepto de
adolescencia y de cómo los jóvenes empiezan a estar preparados para participar
en la elección del sistema en el que quieren ser educados.
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