Existen
sociedades cuya definición, pasado y futuro forma parte de la vida cotidiana de
sus miembros. Otras, por el contrario han evolucionado de tal forma que las
individuos viven vidas locales, de espaldas a su historia, a su identidad o su
futuro.
La
nuestra, por ejemplo, crece carente de líneas maestras. No es una sociedad
católica, no es tradicionalista, no es de derechas ni de izquierdas y tampoco
anarquista, Cambia de modo permanente sin que se sepa bien a donde va o qué se
espera de ella, más allá del cambio por el cambio. La necesidad de innovación
es más urgente que la definición del propósito o la meta. Los nuevos
aparatos, herramientas o técnicas se incorporan sin analizar antes los efectos
que van a producir sobre los usuarios. Como en el caso de los ascensores, que
nos facilitan el acceso a los pisos altos, pero roban nuestra salud al hacer
prescindible el ejercicio físico.
En Educación ocurre algo parecido, todo lo que resulta un progreso técnico o tecnológico se incorpora a las prácticas cotidianas del docente, con tal de que tenga alguna clase de coherencia interna en su formulación. Eludiendo, muchas veces, las precauciones científicas o las demostraciones empíricas imprescindibles para poner en práctica cambios que afectan a personas. Algo parecido ocurrió hace unos años, cuando se puso de moda un método para higienizar biberones que debilitaba el sistema inmune de los bebés. Un efecto paradójico, constatado tiempo después empíricamente, cuyos secuelas se podían haber evitado.